Cuando la rosavento
huela a sirope mediterráneo
remallaré mis medias
con las barbas de Jeremías.
huela a sirope mediterráneo
remallaré mis medias
con las barbas de Jeremías.
Sé que algo me “toca” cuando en la espina dorsal siento un escalofrío y la cabeza me retumba igual que si fuera a llegarme la migraña, pero al final no duele, sólo vibra la canica y la cabeza de espantapájaros pesa. Es el grito, el bajón de presión o el éxtasis, como con los que Teresa de Ávila se orgasmeó. Esa sensación me recorrió la primera vez que escuché a la imponente O’Connor, por ahí del 97-98 ["She moved through the fair"], pero aquí no es confesionario, aunque —entre nos— “algo” lacrimógeno me sacudió. Lo que sea. No creo en su dios (rastafari o superestrella), pero comulgo con esa necesidad de paz, saciada con los cantos para una Esperanza en la que me gustaría encallar tarde o temprano, en la tierra extraviada del “foggy dew”.
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