Cuando la rosavento
huela a sirope mediterráneo
remallaré mis medias
con las barbas de Jeremías.


Sé que algo me “toca” cuando en la espina dorsal siento un escalofrío y la cabeza me retumba igual que si fuera a llegarme la migraña, pero al final no duele, sólo vibra la canica y la cabeza de espantapájaros pesa. Es el grito, el bajón de presión o el éxtasis, como con los que Teresa de Ávila se orgasmeó. Esa sensación me recorrió la primera vez que escuché a la imponente O’Connor, por ahí del 97-98 ["She moved through the fair"], pero aquí no es confesionario, aunque —entre nos— “algo” lacrimógeno me sacudió. Lo que sea. No creo en su dios (rastafari o superestrella), pero comulgo con esa necesidad de paz, saciada con los cantos para una Esperanza en la que me gustaría encallar tarde o temprano, en la tierra extraviada del “foggy dew”.


Theology
es un disco doble ("Dublin Sessions" y "London Sessions", en acústico y concierto), donde O’Connor dedicó fragancias para embelesar con sus eléctricos salmos en bel canto y homenajeó, de paso, a The Melodians y a Andrew Lloyd Webber. Me quedo con la versión en concierto, la segunda parte, la O’Connor camaleónica y animal. Después de escuchar algo, si esta teología milenarista —himno de esclavos, exiliados, caídos, extraviados— no parece ser lo suyo, el disco Throw down your arms, en reggae (con una destacada versión de “War”, de Bob Marley), merece toda atención, así como Sean-Nos Nua, con canciones tradicionales de Irlanda. Si se quedaron picados y quieren más música espiritual, búsquense algo de Frate Metallo, casi sacado de una película de Dario Argento.


Para quienes esperamos a Jeremías, al amor
...o Quetzalcóatl, uno de tantos náufragos irlandeses, esclavo, dicen.

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