Highway Blues (Muestra del talento de estos franceses, vieja escuela de vanguardia.)

La vida apesta, partamos de esa premisa. Por supuesto siempre hay peros, circunstancias que hacen la vida menos repugnante. Incluso en los momentos más erizos.

Paso Sabroso, sentado en una pozolería de Guadalajara. Comienza a llover, parece que se viene una de esas memorables lluvias de esa ciudad, pero nel, apenas unas trinches gotitas. A la derecha, doña Sabroso pidiendo más tostadas; a la izquierda, DJ Pinto con su cara de pocos amigos; enfrente, Poli y la Nena rodeados de un aura de benevolencia que no le conozco a ninguna otra pareja; al costado derecho de la mesa, Martha, la descubridora del lugar. Una reconstrucción de los viejos, viejísimos tiempos de este su humilde servidor.

El sentido del gusto debe tener un camino directo a la memoria. El sabor de la horchata comenzó la anagnórisis, acá en DF no la hacen igual. Al tiempo de probarla me vi a mí y al Pinto, afuera de la casa de mis tíos, dejándonos resbalar sobre el cofre de un coche diciendo, en vez de “¡Me caigo!, ¡Me caigo!”: “¡Me cago!, ¡Me cago!”. A lo que seguía un: “Pus cágate, pero tú lavas tus calzones” (Bien tetos, sí). Después de hacer esta y otras mamadas igual de pendejas, íbamos por unos bolis (congeladas o bon ice) de arroz (horchata) a la tienda. La jarra de horchata que nos sirvieron sabía igual.



Lemon (Atmósfera exacta pal recuerdo, la pesadumbre, crea cierta esperanza que no crece y es eclipsada por un ritmo relajante.)

Luego vino el postre, una jericaya (algo así como un flan, pero infinitamente superior), y ahí valió madres todo . Se abrieron las esclusas de mi deficiente memoria y en un solo torrente llegó el recuerdo de la cálida y mucho más primitiva Guadalajara, mis primos y mi abue y el mercado, los birotes, los frijoles con manteca, el puerco que ésta hacía.

La última vez que vi a mi abue fue hace un par de años. Malone y Paso Sabroso visitaron la Perla de Occidente para acudir a un congreso de la UdG. Después de la primera noche y la primera peda ahí, Malone y yo nos regresamos al mercado San Juan de Dios, única referencia cercana al mercado donde mi abuelita tenía una cocina. Caminamos cerca de una hora bajo el inclemente sol jalisciense, todos crudos y hambrientos. Al llegar un tío me preguntó, seguramente orillado por nuestros rostros suplicantes: “¿Eres el hijo de yola, edáaa?” Asentí y tomamos asiento. Nos tragamos dos guisados cada uno. Mi abue, mientras tanto, me veía y me veía, seguramente espantada de vernos comer como náufragos o tal vez por las barbas de talibán que se carga el Malone (Los registros de aquella época son poco confiables).

Mario, mi tío, al consultársele cuánto debíamos dijo: “No me chiiiiiingues” con ese cantadito tan propio de los nativos. Repetimos la operación de la comida al día siguiente. Al terminar de comer, me acerqué a mi abuelita que desvenaba chiles para hacerlos al día siguiente y le dije: ya me voy abuelita, déme su bendición y me puse de hinojos enfrente de ella.

La última imagen de ella. Viéndome, sonriendo, haciendo la señal de la cruz en mi rostro, con las manos cubiertas de semillas de chile poblano. Persignándome, pero también jugando con su nieto.

Y de vuelta a la jericaya en la pozolería, cuando mi primo me dijo que la Dulce María estaba dos tres, que si le decía que no. “Le diría ponte tu ropa y vete de aquí, chamaca babosa”, contesté y me llevé a la boca una cucharada más de jericaya. Si no lloré fue porque me distrajo justo a tiempo. Estábamos todos reunidos ahí por mi abuela y ella ya no estaba. Pinche vida apestosa.

Express Way con solo picar aquí

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