Me asediaba, intenté alcanzarla varias veces pero siempre llegaba a un lugar seguro, lejos de mi alcance. Me rendí y descansé el inútil matamoscas por un momento, continué con lo que hacía antes de ser interrumpida por ese insecto y, al cabo de algunos minutos, descendió de nuevo para recordarme quién había ganado la batalla.

Durante algún tiempo me pregunté qué habría movido a Monterroso a mirar con cautela cada movimiento de las moscas, sus placenteras paradas en la comida, su orgullo con el que ensordecen al zumbar, su permanente presencia, sus revoloteos incesantes como carceleros en busca de la perturbación, su control sobre nosotros. Más tarde detecté que, más allá de un díptero, sus ojos se habían posado en las palabras: cómo vuelan, cómo persisten, cómo nos taladran, cómo nos traicionan. Me miraba fijamente desde la mesa de centro, abrí la ventana y alcé la cortina, no tuve el valor de matarla.

Llovió muy fuerte y se oscureció la calle en cuanto el servicio de energía eléctrica se tomó un largo receso no anunciado. Tomé un mini radio de baterías que mi mamá me regaló y sintonicé Radioactivo (ahhhhhhhhhhhhhhhhh, qué bonitos momentos aquellos), un “Daydream, I fell asleep amid the flowers” llenó la tarde silenciosa y degradó la voz de la vecina que solía obligar a su hijo a beber su atole quemado.

Regresó la luz y ese cover de Daydream in Blue en honor a Wallace Collection muy distinto a la también memorable interpretación de The Beta Band, salía de mi boca mediante leves silbiditos y, al escuchar el nombre de la banda al aire, no hice más que pensar en beberlo todo. I Monster, uno de los múltiples proyectos de Dan Honer y Jarrod Gosling activó una obsesión con esos tintes de perpetuidad con el que las moscas se mueven entre nosotros.

Gracias a ese aire teñido de trip hop que sopla el Neveroddoreven, segundo álbum de este par de ingleses sheffieldeanos, escuché casi una temporada completa del eco de la mosca que solía habitar la sala entonando “Oh who is she, a misty memory, a haunting face, is she a lost embrace?”. No suelo distinguir muy bien la personalidad de las moscas pero esa me daba la impresión de pretender ser un castrato orgulloso de sus falsos dotes de Farinelli y, después de varias noches, no lo pude soportar.



Entre moscas y palabras hiladas, una a una en cada frase y cada frase en cada canción, la sensación más cercana de verter gotas de jugo de betabel en un líquido transparente y mirarlas adherirse en ese juego ondulante. He de confesar que, cada que bebo el vaso completo, disfruto ver a esos pequeños seres alados bailar break dance, ¿será que así disfrazan su agonía?

I Monster, Neveroddoreven, Instant Karma-Dharma Records, 2003.

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