Una voz semi avejentada portadora de penas en un smoking elaborado con múltiples sonidos, extraídos uno a uno, de las entrañas de una melódica, un piano, violines, un fagot, panderos, percusiones, saxofones, trompetas, una guitarra, una batería y un bajo, entrelazándose cual telaraña en cualquier rincón de la habitación. Hilos de sedosos ritmos que, incluso en los momentos más ásperos, resultan tan suaves como el algodón, ideales para practicar el zurcido invisible en esta alta costura sonora.


Así de orquestadito el asunto van tomando forma los 12 retazos que dan vida a The Hungry Saw, a cargo de los Tindersticks, sastres británicos del traje al que da cuerpo esa tela particularmente sensible que nos hace pasar de la sensación de recargar la cabeza en el hombro de nuestra pareja de baile, a dibujar una tenue sonrisa mientras acercamos un pañuelo para secar las gotas que van rodando por las mejillas mientras la galería de la memoria contenida en el álbum familiar despliega una foto irreconocible de un niño en shorts con swetercito tejido parado de puntitas para ver por encima de la mesa.


Cada trayecto entre canciones en sintonía con el de la aguja penetrando la superficie textil. Una y otra vez, entra y sale como si se diera un chapuzón refrescante cada vez que asoma la fina punta, buscando arropar, por medio de un traje a la medida, los knock knock de los recuerdos, a los que ya se les ha hecho costumbre tocar a la ventana a horas inapropiadas.


Tindersticks, The Hungry Saw, Beggar´s Banquet, 2008.


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