Lo han dicho varios. Joe Pass, el mítico jazz guitar solo, comenzó su carrera tratando de imitarlo; Jimi Hendrix, considerado por la revista Rolling Stone como el mejor guitarrista de todos los tiempos, dijo que hubiera querido tocar como él; Orville Gibson, fundador de la mítica marca de guitarras, se acercó a ofrecerle una guitarra hecha con sus propias manos después de oírlo tocar; Andrés Segovia, la “estrella” de la guitarra clásica a mediados del siglo XX, con todo y su virtuosidad y su enorme ego, fue a pedirle la partitura de lo que acababa de interpretar, Django le dijo con su jocoso acento gitano: “Sólo estaba improvisando”.

A Jean Baptiste Reinhardt, mejor conocido como Django, lo escuché por primera vez cuando era adolescente, recuerdo que exclamé: “¿A poco eso es Jazz?” Pues sí, Django comenzó tocando la guitarra como todo gitano toca un instrumento, desde muy pequeño. Practicaba en una caravana gitana que se plantó a las afueras de Paris, y precisamente por eso la música de Django evoca a un swing distinto al gringo.

La música de este belga ha sido objeto de varias recopilaciones debido a la gran cantidad de grabaciones que existen de estudio, de radioemisoras y de diferentes presentaciones en vivo. Django Reinhardt & The Hot Club of France Quintet reúne música del guitarrista de 1947 a 1953, y resulta en un compendio que muestra desde el período acústico de sus composiciones en las que se hacía acompañar de contrabajo, clarinete y guitarras que llevaban la base rítmica, hasta la etapa en la que Django se aventó a volar por los acelerados aires del Bop, ya armado con la guitarra eléctrica que le regaló Gibson, y agregando batería, piano y trompeta, entre otros, a su banda.



Escuchar a Django me remite a virtuosidad vestida de atrevimiento, cotorreo, trago y elegancia para saber cuando lo apresurado debe convertirse en algo sutilmente lento. El swing producido por el rasgueo de las guitarras que acompañaban a Django es único, parte rítmica fundamental en su música y que precisamente lo relaciona directamente con la síncopa que por aquellos años los afroamericanos cultivaban del otro lado del mundo.



Duke Ellington lo invitó a tocar durante algún tiempo a su orquesta, pero se le olvidó que, aunque Django sólo tuviera dos dedos en su mano izquierda podía pisar muy bien y además correr como nadie. Django no aceptó la misión de ser un músico tenue, él siempre fue solista. El sistema que él mismo desarrolló para tocar la guitarra sorprende a cualquiera al escuchar los resultados, improvisaciones que van por todos lados, siempre arriesgadas, con arpegios que suben y bajan como flechas.



Django nos recuerda lo virtuoso que puede llegar a convertirse un simple círculo de Do, nos echa en cara, cada vez que alguien de los muchos que lo imitan lo hace, que él sólo tenía dos dedos, pero más que nada nos da una lección de la divertida que se daba al tocar.

¿Gypsy Jazz? ¿Jazz Manouche? No, es Django.

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