“I've got hogs in the pen and corn to feed them up,
all I want is someone who will feed them when I'm dead and gone”
P.W.




El alto en el semáforo más cercano hacía lucir la avenida solitaria, algunos rayos de sol se resistían a ceder paso al ocaso, maniobré un poco para darle play al Ipod y cuando los sintetizadores de Kriespel comenzaron a sonar envueltos en una textura similar a las cuerdas de un violín, cayó la noche violentamente como si alguien hubiese derramado una tinta oscura en las nubes.

Un señor se aseguraba de que la puerta de su negocio estuviera realmente cerrada, algunos maniquíes sin rostro luciendo vestidos ostentosos se iban cubriendo por las cortinas de metal mientras por mis oídos la intermitencia de un bit iba y venía en medio de un ligero silbido. Sin sentir algún paso brusco, ya me encontraba caminando y moviendo ligeramente la cabeza hacia abajo y hacia arriba y al cabo de unos minutos más, con ganas de correr al ritmo de cada canción de The Bachelor.

Nunca he pensado que Patrick Wolf tenga la voz más bella del ejido pero si he de reconocer que si su sonido tuviera a alguien más al frente, ni el arpa, ni el violín, ni la guitarra, ni el piano, ni cualquiera de los instrumentos que se nos ocurran y que seguramente ya forman parte de su multi instrumental lista de habilidades, generarían las mismas sensaciones.

Mi trayecto a casa dramatizado y musicalizado, nada más que pequeñas puestas en escena desplegándose en serie y pautadas por él. Jamás el vagabundo que barre su improvisado dormitorio debajo del puente que cruza Circuito Interior ni el perro que siempre me ladra detrás de la gran reja blanca me habían resultado tan teatrales. El olvido, el escape, las pérdidas, la constante pregunta sobre quién será el único (o única, dependiendo del mood y el clima) que se atreva a penetrar en ese músculo localizado a la izquierda del pecho que a veces parece impenetrable, cada frase, cada atmósfera en torno a la soltería siendo descompuesta en diminutos fragmentos.

He aquí el regreso del “niño prodigio” sacudiendo su atuendo de buitre vestido con cinturones y alas de cuero, este londinense camaleónico de escasos 25 años que disco tras disco adopta la forma de un personaje distinto en algún cuento breve ilustrado y que en esta cuarta entrega da la impresión de estar coloreado por una acuarela opaca.

Patrick Wolf, The Bachelor (Bloody Chamber Music, 2009)

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