En 1994 yo tenía doce años y apenas escuchaba raps. Mis pininos, lo que estaba ahí: Cypress Hill y el roster de Death Row Records, básicamente (ya había pasado, un par de años atrás, por Vanilla Ice, Hammer y los fabulosos experimentos de vuelo chabacano en Latinoamérica: Wilfredo y la Ganga, El General y al amparo de Televisa, Caló con su Lengua de hoy (1991), lo mejor que ha hecho Alek Syntek hasta la fecha). Después, dentro de la misma paleta de gangsta—g-funk shit, mis oídos, coptados por completo, fueron reconociendo a otros: Ice Cube, Mack 10, Funkdoobiest. Todos ellos, dignos exponentes del sabor, ya en forma para los 90, del hip-hop de la Costa Oeste: cadencias más lentas, contenidos hiperealistas, sampleos melódicos... Pero durante los siguientes, digamos cuatro años, mi horizonte rapero en realidad seguía siendo bastante parco y limitado al rap comercial en boga de la época (o sea, los arriba mencionados et al.) y al final de este periodo de mi vida, de un modo bastante natural, huelga aclararlo, los negros soeces que a cada vuelta de esquina mentaban madres, con monólogos sobre sus madres, 40z y blunts en la banqueta, crips y bloods en sus colores, fat bootys encima de ellos, terminaron por hartarme. En términos melómanos, salí ganón: me di chapuzones primerizos en el bop y cierta electrónica, en su pináculo de fines de los 90.

Todo bien. Excepto un detalle: hasta la fecha con sólo reconocer un beat y alguien encima rimando, me paralizo, embelesado, y aunque parezca que sigo prestando atención a la conversación que mantenía (o lo que sea que estuviera haciendo), en realidad estoy escuchando las bocinas. Me hablan directamente. El hip hop es alimento para el espíritu de muchos que caminamos las ciudades, lo que es bastante obvio.

Bueno, dicho esto es que expreso, con toda honestidad, que en mi corazón del modo más azotado y adolescente echaba de menos los raps. Echaba de menos sentirme amenazado por los raps, echaba de menos que me volaran la cabeza, echaba de menos ser ese pipiolo que repetía las letras en un inglés que sólo existía en mi cabeza. Seguía ávido por más y más raps pero metía en el estéreo de casa cualquiera de los discos de 2Pac y de inmediato lo quitaba: necesitaba algo más; el evangelio de la tugh life no era para mí. Seguí mejor explorando otros paraderos musicales más inofensivos.

Fue entonces que en el 2000, seis años después de mi primer encuentro con el rap, se cerró el círculo y me entregué de lleno. Mi hermano fue mi primer gurú musical. Eran épocas en las que en tiendas de discos en México uno podía, si buscaba con ganas, encontrar joyas de reciente importación, apenas conocidas por algunos “elegidos”. Mucha de la gente que trabajaba en la radio (y trabaja actualmente) pertenecen, digamos esencialmente, a este período de consumo de música en México, por eso insisten en darnos atole con el dedo o de jodido, chiquitearnos la música. Anyways, mi hermano, un poco sin saberlo (y sin un corazón quebrado), compró Solesides Greatest Bumps (Solesides/Ninja Tune, 2000), una compilación de los mejores cortes noventeros del colectivo Solesides, después Quannum (Blackalicious, Lateef The Truth Speaker, Lyrics Born y Dj Shadow, hasta ese momento). Compró el disco en el Mixup de Loreto.

El disco doble en su conjunto se sostiene como un hito del hip hop independiente y alternativo de la década pasada en California. Y es mucho decir: California desde los noventa es uno de los lugares que alberga la mayor cantidad de artistas prolíficos y creativos en la historia del género. La escuela del rap alternativo independiente se montó la tradición en los hombros y siguió adelante con el mensaje original del hip-hop: peace, unity and having fun (esto, por supesto, no sólo en Cali).

El disco 1 de 2 que tiene dicha compilación, lo escuché religiosamente durante años. Y de los once cortes que incluye el disco 1, el décimo era y sigue siendo una piedra angular en mi radiografía musical: “Swan Lake” de Blackalicious, hecha en el 94. Originalmente, la rola viene el EP debut de este dúo, Melodica EP, editado bajo Mo’Wax. Fue el sencillo con el que se dieron a conocer.

Aunque puedo hacer más de una observación crítica respecto a la rola, baste con decir que el impacto que causó en mí, provocó un movimiento en mi espíritu que aún no termina. Recobré mi capacidad de asombro, mi fe en los raps y me dediqué de lleno a buscar trogloditamente todo lo que pudiera y más importante, comencé mi verdadera relación (o mi mayoría de edad) en el hip-hop —y ahí sí digo hip-hop y no raps—: la lectura.

“Swan Lake” es una de muchas rolas que encapsulan el espíritu de la estética y la tradición que conocemos bajo el nombre de hip-hop; simplemente fue la primera que a mí me lo mostró.

Después, todo fue miel sobre hojuelas.

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