Aún recuerdo a Hermeto en Bellas Artes. Desde el momento en que salió al escenario no paró de agitar al público y a sus músicos. Iba con el saxofonista y le gritaba – “¡Más, más!” – Pasaba con el percusionista y le quitaba de las manos los instrumentos para casi enseñarle cómo tocar. Pero lo más impresionante fue cuando le exigía al público que cantara pequeños temas que él les proponía. El respetable estaba anonadado, la mayoría no sabía cómo responder, cómo integrarse, cómo participar, o simplemente no quería. Hermeto terminó por decir: “¡Bah!”.

La primera vez que escuché a Hermeto Pascoal entendí muy poco de su música. Me sentí ahogado en una alberca de instrumentos, scat y ritmos desquiciados. Me pareció una violencia musical tremenda. Después, como suele suceder con muchos discos y artistas, regresé tímido a buscarlo. Y vaya que lo encontré.

Descubrir a Hermeto me llevó a encontrar muchas otras cosas. Escuchar su música es ver a un niño albino del norte de Brasil elaborar instrumentos caseros para tocar con los pájaros; es imaginarse a un músico que compone 366 piezas musicales de diversos géneros, una para cada día del año (Calendario do Som - “Calendario del Sonido”, 1997) con el afán de que cada persona tenga una música de cumpleaños dedicada por él. Oírlo es escuchar a Miles Davis diciendo “Hermeto es el músico más impresionante del mundo”, después de grabar juntos algunos tracks de Live Evil. Es experimentar la armonización de una narración de fútbol vs la de un discurso político (Lagoa Da Canoa, Município De Arapiraca, 1984).

Pero, más que nada, escuchar a Hermeto es verlo tocar dentro de una piscina montada en el escenario, teniendo como público a 2 mil niños en Rosario, Argentina.

Sí, me parece que la mejor experiencia es en vivo. Ao Vivo Montreux Jazz Festival (1979) no es sólo el disco que lanzó a Hermeto Pascoal como super Jazz Star. Su acto en el famoso festival suizo es echarse un clavado a ritmo de forró a improvisaciones gritonas en las que Hermeto le sopla a la melódica con desenfreno. En este disco las palmadas del público y el sax se encuentran para hacer una rola. Luego, el Rhodes entra funk, la batería le contesta carioca y Hermeto les responde improvisando al unísono voz y tecla, rompiendo armonía, re-armándola en cachitos y aventándola de nuevo adonde sea. Sus músicos a veces sólo parecen seguirle el paso turbadamente.

A sus casi 73 años a este brasileño le sobra energía para romper teclados, gritar, bailar, tener una esposa 43 años menor que él y despedir su participación en el Montreux Jazz Festival cantando –“¡Adeus, adeus!”– igual que lo hizo aquella vez en Bellas Artes.



samba pa ti

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